La salud mental en Colombia: del padecer subjetivo al vivir sabroso. Por Jairo Gallo Acosta.
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Marcial Alegría Garcés |
Jairo Gallo Acosta[1]
La definición de la salud que incluye la referencia a la vida orgánica, al placer y al dolor experimentados como tales, introduce subrepticiamente el concepto de cuerpo subjetivo en la definición de un estado que el discurso médico cree poder describir en tercera persona (Calguilhem, 2004).
El campo de la salud mental donde convergen prácticas sociales, clínicas y políticas, donde se plantean disputas, conflictos, apuestas, por eso se hace necesario más que nunca atravesar el pensamiento único que ha dominado ese campo durante las últimas décadas, ir más allá de la ideología biológico médica (Gallo y Quiñones, 2020) que ha querido vender la idea de una salud mental como manifestación de trastornos mentales causados por fallas cerebrales, genéticas o de neurotransmisores desbalanceados .
A lo que apunta este pequeño escrito es a una salud mental que tenga en cuenta la singularidad de cada sujeto, su escucha, y que posibilite los lazos sociales quebrantados por décadas de conflicto armado en Colombia, donde el otro es sospechoso, intimidante, no digno de confianza, de ahí que la salud mental sea un asunto social y político y no una cuestión individualista biológica.
Escuchar no es otra cosa que acompañar el sufrimiento psíquico, ese padecer (concepto que usa la ley 26.657 de 2010 de salud mental en Argentina) subjetivo, el malestar social, más que etiquetarlo, encasillarlo, medicalizarlo. En todo caso cualquier categoría que se usa para la salud mental tiene el objetivo de no reducirlo a una psicopatologización estigmatizante en todos los casos.
La salud mental es un asunto de producción de subjetividades (Stolkiner, 2013), entendiendo lo subjetivo (González Rey, 2002) como aquello donde converge lo psíquico y lo social, en este punto hay que aclarar que este sujeto y su subjetividad no puede confundirse con la noción psicologizante de individuo, aquello que fija identificaciones por medio de identidades, personalidades, caracteres que sirven para fundamentar psicopatologías diagnósticas, o para ubicar subjetivamente a ese individuo en un lugar de autosuperación constante donde individualmente tiene que salir de cualquier situación social agobiante que le causa malestar, allí los imperativos de ser resiliente, tener autoestima vienen a reforzar la idea de un individuo emprendedor, triunfante y exitoso, situación que en vez de colocar a ese individuo en una situación de menos padecimiento lo aumenta, ya que esa individualidad apunta a un hecho solitario donde los colectivos y los otros no son necesarios, y muchos menos las políticas públicas, es una cuestión del individuo solitario y sus maneras de afrontar dichas situaciones.
Por lo anterior, introducir el padecer, el sufrimiento psíquico o subjetivo, no es otra cosa que introducir elementos políticos para fundamentar propuestas en las políticas de salud mental, donde ese padecer, sufrimiento subjetivo y psíquico desde la salud mental no sea un tema individualista ni individualizante sino social y colectivo, en este caso politizar ese padecer, ese malestar social.
El problema es que los diagnósticos patologizantes ubican los padeceres subjetivos en un lugar cosificado, donde siempre hay un individuo enfermo, trastornado, solo objeto de intervención farmacológica. La propuesta es no ubicar esas subjetividades en lugares que eternizan el lugar del padecimiento, en la teoría psicoanalítica ese sería un lugar de goce inconsciente que en vez de poner un límite al sufrimiento lo aumenta, la idea es poder reconstruir otros lugares subjetivos diferentes al padecer, por ejemplo, en un: “vivir sabroso”.
Vivir sabroso es de entrada vivir sin miedo, algo que en un país como Colombia para muchxs es muy difícil, amenazas de todo tipo han sido parte de una realidad, eso ha traído como consecuencia la producción de unas subjetividades miedosas, donde se sufre y padece esos miedos. Vivir sabroso es reclamar por los derechos vulnerados, es posibilitarse convivir con los otros, es vivir con dignidad, y un individuo patologizado no es digno, sino objeto de intervenciones. Una salud mental dignificante necesita de prácticas que la dignifiquen, y para eso estas prácticas necesitan escuchar a ese otro que padece, que sufre, en una realidad que produce subjetividades sufrientes y padecientes. La escucha acá es una acto de hospitalidad (Derrida y Duformantelle, 2008), hospitalidad que posibilita un lugar y no lo cosifica, una salud mental posibilitante y no estigmatizante, una salud mental para crear y no para encasillar, una salud mental digna, que cobije el padecer para posibilitar el vivir sabroso.
Referencias
Cangilhem, G. (2004). La salud concepto vulgar y cuestión filosófica, en: Escritos Sobre la Medicina: Amorrortu.
Derrida, J; Dufourmantelle, A. (2008). La Hospitalidad: Ediciones la Flor.
Gallo, J; Quiñones, A. (2020). Ideología, salud mental y neoliberalismo en Colombia: Cátedra Libre
González Rey, F. (2002). Sujeto y subjetividad. Una aproximación histórico- cultural: Thomson
Ley Nacional de Salud Mental No 26657, Argentina 2011, Ministerio de Salud, Presidencia de La Nación
Stolkiner, A. (2013),. Medicalización de la vida, sufrimiento subjetivo y prácticas en salud mental, en: Hugo Lerner (compilador). Los sufrimientos; diez psicoanalistas, diez enfoques: Psicolibro. Colección FUNDE, p.p. 211-239.
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